Este artículo, escrito por nuestra compañera Sole, pretende ser una transcripción libre de la charla que impartió el pasado 5 de Julio en la Escuela de Verano del Espacio de Igualdad Hermanas Mirabal. También os podéis descargar la presentación.

Durante mucho tiempo ha sido cómodo que la mujer protagonizara el papel de madre y esposa, relegándola al terreno doméstico, y dejando al hombre el espacio de lo público, permitiéndole solo a él ejecutar las tareas catalogadas como de mayor importancia, es decir proveedores o sustentadores del hogar.

Y el dato asombra, pero no debemos olvidar que es en la Constitución de 1931 cuando se reconoce en España el derecho al voto de las mujeres (hace sólo 87 años), y que la legislación internacional reconoció el sufragio femenino en 1948 a través de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. También debemos recordar que no hace tanto tiempo las mujeres necesitábamos el permiso de nuestro padre o marido para viajar al extranjero, abrir una cuenta bancaria, o trabajar.

En el campo de las ciencias no ha sido muy distinto. Nos ha estado vetado a las mujeres durante mucho tiempo, pero aun así hemos participado, aunque “de la mano” o gracias a un compañero de mente abierta, un marido permisivo, un padre excepcionalmente comprensivo y diferente………. a través del cual podíamos desarrollar nuestro trabajo bajo “su tutela o cobijo”, de modo que nuestra labor siempre ha sido ocultada o no reconocida hasta mucho más tarde.

Solo cuando por fin las mujeres comienzan a tener acceso a carreras científicas y de ingeniería, es cuando vemos emerger a grandes figuras femeninas, que contribuyeron al progreso tal y como lo conocemos hoy en día.

Apenas nos damos cuenta, porque nos hemos educado en un sistema que cree y crea diferencias, de género, raza, posición social, cultura,..… no nos vale el simple hecho de nacer en la categoría de seres humanos. Pero además vivimos sin reparar casi en ello, en una sociedad patriarcal. La antropología define el patriarcado como un sistema de organización social en el que los puestos clave de poder (político, económico, religioso y militar) se encuentran, exclusiva o mayoritariamente, en manos de varones.

Y no lo percibimos con claridad porque se trata de costumbres arraigadas. En España venimos de una fuerte cultura cristiana (aunque hoy día seamos un país laico); y el cristianismo relaciona la idea de Dios con el Padre todopoderoso, que nos ama y disciplina y cuya figura debe ser respetada y obedecida por encima de todo.

Las mujeres representamos algo más de la mitad de la población en España, y somos por tanto una parte fundamental e imprescindible de la sociedad. Contribuimos con nuestro trabajo y esfuerzo de igual forma que la población masculina, sin embargo no tenemos la misma representación en las estructuras de poder. Mismas obligaciones, sí, pero diferentes derechos. Para que exista una verdadera justicia las personas debemos empezar por tratarnos como iguales, pero con verdadera equidad, porque sin la participación femenina en los puestos de decisión seguirá existiendo desigualdad, por tanto injusticia.

Sin embargo, nos encontramos con una gran contradicción (¿o no?), ya que, según informes y encuestas, como el de Deloitte, The Gender Dividend: Making the Business Case for Investing in Women”, en las mujeres recae en mayor proporción la toma de decisiones de compra, y seremos las mujeres quienes impulsaremos el crecimiento económico mundial a través del control de estas decisiones.

Asimismo, un estudio de Ernst and Young sobre la paridad de género en el entorno corporativo nos revela que, en el caso de España, todavía estamos lejos de alcanzar la cuota de género del 40% planteada por la legislación española. Sólo el 14% de los puestos en los consejos de administración de grandes compañías y empresas cotizadas están liderados por mujeres (datos analizados de finales de 2014). En el sector de la energía, donde encontramos una masculinización más acentuada, sólo tenemos un 8% de representación femenina en consejos de administración o puestos ejecutivos.

Una sociedad justa y solidaria también es una sociedad tolerante, que cree en la igualdad, en la diversidad y en el respeto. Pedimos, por tanto, mayor sensibilidad en este sector por tratarse de un bien esencial, una necesidad básica para el desarrollo humano al que tenemos tanto el derecho como la obligación de participar en todas sus facetas, empezando por el desarrollo de su legislación. La necesaria transición energética a la que tenemos que avanzar con firmeza y agilidad para no precipitar la evolución del cambio climático a mayor ritmo del ya irremediable, nos obliga a plantearnos no solo un cambio en la forma de producir nuestra energía, pasando de consumir combustibles fósiles a producir con energías renovables, sino que tenemos que transformar nuestra forma de consumir y entender la energía, con participación, eficiencia y responsabilidad.

Lo más justo y equitativo sería exigir que se introduzca la perspectiva de género en las políticas energéticas, haciendo entender la paridad como una “herramienta de transición”, que nos ayude a alcanzar el objetivo final, que no es otro que la equidad, llegar a la no distinción entre géneros.

Así que entendiendo que falta el 50 % de la población participando en la toma de decisiones de la sociedad que tenemos, vamos a entrar a valorar qué se puede aportar con la inclusión de esta otra mitad, que hasta ahora permanece fuera de las estructuras de poder y con qué criterios podemos hacerlo. Porque no se trata de ampliar lo ya establecido, es decir, convertir a las mujeres en figuras del sistema patriarcal y hacerlas partícipes en paridad, porque eso es lo que ya estamos haciendo y no da el resultado esperado, porque los criterios femeninos a veces no encajan fácilmente en estos patrones.

Pero tampoco se trata de feminizar las estructuras durante al menos el mismo tiempo que han estado masculinizadas para “hacer justicia”, no; se trata de entremezclar, unir, integrar, coligar, reunir y compaginar las dos formas para crear una nueva en común, conjuntamente, por y para todos, sin dominantes ni vencidos, sino como compañeros en equidad, de mundo y de viaje y para ello la educación es una prioridad. Los niños no prejuzgan, no hacen distinciones entre razas ni sexos, se las inculcamos con la educación social, así que cuanto antes comencemos el trabajo, antes tendremos resultados.

Y para que el cambio sea realmente efectivo, se ha de hacer no solo desde el sistema educativo, sino también desde las estructuras de poder, porque éste sistema debe ser cambiado de arriba abajo para ejemplarizar y ser eficaz en su planteamiento, de otro modo, solo quedará en buenas intenciones.

Desde nuestra pequeña cooperativa se ha creado de manera natural, la verdad que casi sin darnos cuenta, un área de igualdad. Si todos vamos haciendo lo mismo en nuestras organizaciones, pronto la equidad será una realidad, ¿te atreves?

Continuará…